Relato IV: Descortesía

Mujer con un gato, c.1875 de Pierre Auguste Renoir


Geña, mujer de carácter y noble corazón, retornaba a su hogar tras una ardua jornada laboral. Durante todo el día no tomó asiento un solo instante, ni siquiera al tomar el almuerzo que degustó de pie.
Tras posar su primer pie en casa, sus tres gatas hilarantes de júbilo llegaban a recibirla con ronroneos y caricias; al tiempo que al fondo en el patio se escuchaban los ladridos de sus perras, llenas de éxtasis.
Se disponía al fin a tomar asiento para así descansar, cuando el choque de un plato lanzado contra la loza impidió finiquitar tal empresa.
Se dirigió hacía la cocina, origen de aquél estridente ruido, cuando con paso fugaz su hija la tropezó para así librarse de la reprimenda que pensó recibiría por su proceder.
Geña, con reflejos de felino y velocidad de mangosta, alargó su brazo para de ésta forma capturar a la escurridiza fugitiva.

La hija, aguardando un llamado de atención, cesó de jalar el brazo que su madre sostenía con fuerza formidable. Podría decirse que la escena asemejaba a una Leona que reprendía a su cachorro.
La hija, al comprender  que no habría escapatoria posible habló:
-Madre, no fue a propósito, se me escapó de las manos cuando disponía colocarlo con el resto de la loza.

Geña, tras terminar de escuchar, dejó escapar un suspiro y respondió:

-No fue a propósito, bien, pero en vez de excusarte por el ruido del plato que lanzaste a. . Bueno, que se te soltó de las manos, ¿Por qué no lavaste los platos sucios ahí acumulados?

En ese momento, un teléfono producía un ruido que correspondía a una llamada entrante, era el celular de la hija. Ésta, al ver una salida del interrogatorio, no dudo en tomarla.

-Madre, debo atender, seguramente es del trabajo, el call center a estado atiborrado. Mañana sin falta me ocupo de lavar la loza.

La madre, al ver que una vez mas la campana salvaba a su hija de ser reprendida, sacó fuerzas de flaqueza y lavó un fregadero saturado de platos, cubiertos, vasos y ollas.

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El día que culminaba, Geña lo sintió como de los mas estrictos en ese mes de trabajo. Ahora solo añoraba algo con todas sus fuerzas, llegar a casa para desvestirse, tomar un baño, comer algo y acostarse a dormir. El trayecto en el autobús fue rápido, además de haber tenido la fortuna de sentarse. Algo que se le imposibilitaba en su trabajo e incluso en su propio hogar.

Arribó a su casa, penetró en la misma, y como de costumbre, sus amadas mascotas maullaban y ladraban de felicidad al sentirla. Ella, siempre contenta por tal recibimiento acariciaba a sus gatas: Dakota y Alaska. Éstas, siempre cariñosas, no cesaban en brincar, jugar y ronronear.
Luego se dirigió al patio, y así alimentar a sus tres princesas caninas, que al verla, saltaban y batían sus colas.
Terminado lo anterior, se dirigió a la cocina para así cenar. El cansancio era mucho, pero el hambre se manifestó de repente y había que saciarlo para así dormir mas plácidamente.

Salía del patio para  ingresar a la cocina, y así servirse que comer, cuando cómo un dejavú se rememoró la escena del día anterior. Ésta vez el ruido del choque de platos fue tal, que las perras reaccionando a sus instintos comenzaron unos sonoros ladridos que se prolongarían; las gatas asustadas rehuyeron del costado de su ama, cada una a su respectivo refugio escogido; y a Geña el seño se le frunció de tal manera que alguien conocido al verla la hubiese desconocido.

Era su marido. Éste procurando dejar con cautela su plato sucio en el fregadero, había fallado al desconocer la cantidad de resto de loza oculta en la penumbra de la cocina. Había resbalado y evitando caer, el plato fue a dar justo en el fregadero invadido nuevamente de platos, cubiertos, vasos y ollas aguardando ser lavados.

Geña al descubrir con las manos en la masa a su marido, no dudó en imprecarlo de reclamos por su desconsiderado actuar.
-Pareces un culicagao deslizándote a escondidas a la cocina para dejar tu plato sucio y así evitar lavar el resto. Es qué todo me corresponde a mí? Considérenme un poco.

El marido avergonzado solo mantuvo silencio mientras su esposa encolerizada, continuaba:

-Madrugo a tempranas horas para dejarles preparados almuerzo y comida; lavo cada tres días, para que así tengan ropa limpia y presentable que vestir. ¿Y es demasiado trabajo, lavar siquiera la loza amontonada en el fregadero? ¡Dios!

En ese instante, y de éste modo interrumpiendo la discusión, la hija hacía su aparición.
Geña, recordando las palabras de ésta el día anterior, respiró hondamente y su frente se aclaró. Desapareciendo así todo rastro de exasperación.
Aprovechando la distracción, el marido se escabulló y penetró en el cuarto de huéspedes, encerrándose con seguro.

Hija y madre se contemplaban, la primera con extrañeza y desconociendo que sucedía; mientras que Geña esperaba que su hija emprendiera la tarea que había asegurado hacer.

La hija se dirigió al fregadero y depositó su plato y vaso correspondientes a la cena que había consumido, agarró la esponja y aplicó en ésta el jabón. Tomaría un instante que iniciara la labor, cuando como por arte de magia o coincidencia oportuna, sonó el timbre de la puerta seguido del llamado de alguien.
Se trataba de Angela, la mejor amiga de la hija de Geña.
Ésta, sin reprimirse en lo absoluto, corrió para atender el llamado, dejando atrás nuevamente su quehacer.
Ante éste nuevo desplante, ésta vez en dos oportunidades; tanto esposo como hija. Geña se sintió triste. Pero antes que volver a lavar loza sucia y sin haber un solo plato limpio para servirse su cena, hizo de tripas corazón y se acostó sin probar bocado. Igual, dos desilusiones consecutivas mermarían el apetito hasta al mas hambriento.

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La casa se caía del desorden: pisos sin barrer, ropa sucia acumulada; baño con azulejos por doquier, en las baldosas del enchapado; y una montaña de loza aguardando ser lavada.

Padre e hija, ajenos a lo correspondiente de quehaceres, aseo o limpieza del hogar, habían aguardado una semana por el regreso de Geña. A los dos días de desaparecida su preocupación estalló, llamaron incluso a la policía pensando que se trataba de un secuestro. Pero no había señal de ella, la cual una mañana había salido junto con todas sus mascotas, y no regresó.
Ambos, resignados a que no volvería y colmada su tolerancia por el abandono en que se encontraba el hogar, vencieron su intransigencia y tomaron las escobas.
                  
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Muy lejos, en una finca alquilada, la figura de una fémina reposaba al lado de una piscina. A unos metros de la mujer, bajo una cabaña con techo de palma, resguardadas bajo la sombra, dos gatas dormían plácidamente.
Alrededor del lugar, tres perras rebosantes de energía, lo recorrían sin pausa: ladrando de alegría y corriendo al unísono.
La mujer que tomaba el sol, agarró su piña colada situada a un costado suyo, sorbió hondamente y un suspiro de satisfacción emergió de su ser. Al cerrar los ojos, retomó su ensoñación, en ésta era una mariposa que recorría libremente campos tras campos de flores, manteniendo sus alas revoloteando sin pausa, radiante de belleza, exenta de loza sucia que lavar.

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