Relato VI: Sosegado nocturno

  'Sin título' (2019), de Raúl Artiles.


Pavel despertó rodeado de una penumbra, en la cual solo leves rayos de claridad que traspasaban su ventana tapiada, resaltaban a través de las mínimas separaciones del tablado de madera.

Tras desperezarse con un largo bostezo, y estornudar tres veces seguidas debido al alto contenido de polvo en  habitación. Alargó su mano al extender su brazo hacía una campanilla situada a un costado del lecho de heno y paja, que era su cama.
El rítmico sonido se acrecentaba por todo el cuarto, entre mas agitara de la cuerda mayor sería el tintineo.

Para Pavel, éste era el inicio de sus días, todos sin cambio alguno eran así. Días en los que continuidad y monotonía se fundían en tristeza y crueldad.
Entre mayor fuese el periodo de tiempo en abrirse la puerta que permitía filtrar las brisas que concedieran a Pavel la sensación de alivio, por el arribo de un nuevo día, mayor era su terror interno al imaginar que había sido abandonado a su suerte.
Cuando éste miedo penetraba cada vez mas hondo, erizaba sus vellos, agitaba su respiración, doblegaba la firmeza de sus extremidades inferiores.
El sonido de unos pasos fuertes se oían tras la inmensa puerta de acero. Cada vez mas cercanos , tales pasos resaltaban por tratarse de pies calzando botas militares. Por lo tanto, pasos firmes, capaces de dejar tras de sí marcas mas que obvias en tierra o hierba.
Un crujido tosco de briznas al abrirse develó a Pavel, sentado aún en su lecho, con la mirada fija a la puerta de acero, la cual ya abierta, permitía ver toda la iluminación de la mañana.
La figura de un hombre de considerable altura, erguido, y el cual fumaba, permanecía en la entrada de la puerta. Tras unos instantes, en los que terminaba su cigarrillo. El hombre avanzó hacia dentro de la habitación, dando unos pasos. Finalmente se detuvo frente a Pavel, que con la frente bañada en sudor, presentía lo que sucedería a continuación.
El hombre con lo que restaba del cigarrillo entre su índice y pulgar procedió a apagar la colilla, que aún encendida daba la impresión de una luciérnaga extraviada en la mañana. Al contacto con la piel de su rostro, Pavel sintió un dolor que debió ahogar mordiéndose la lengua. Él sabia que a la menor muestra de dolor ante "el beso de la colilla", las caricias de nudillos o el desayuno de suelas, serían los siguientes.
Pavel con la poca convicción que la fatiga, el hambre y la inanición por horas le permitían, resistía el dolor.
La última ceniza de fuego en la colilla se esfumó, y en la mejilla de Pavel quedaba una nueva marca. Ya las cicatrices se extendían por todo su cuerpo: azotes, golpes, laceraciones, quemaduras, cortes y heridas por disparos. Eran las huellas indelebles en el lienzo que era su piel.

Terminada de frotar la última colilla, el hombre abofeteó a Pavel tan fuerte, que él tras recibido el golpe quedó inconsciente. .

Una nueva sensación se apoderó de todo el cuerpo de Pavel, aún desmayado sentía como un rubor caldeado traspasaba su piel, se manifestaba en todo su ser.
Tras un abrupto despertar se topó con la realidad. El hombre que frustrado ante la resistencia de Pavel con la colilla. Tras asestarle la fuerte bofetada, y ante el desmayo de Pavel. Satisfizo su cruel sed por infringir dolor, bañándolo con  agua hirviendo.
Allí despierto pero muerto por dentro, Pavel deseó que al próximo día lo dejasen encerrado en aquél  cuarto. En el cual por lo menos acostado en su lecho podría soñar que era feliz.

                                             *****

El viento frío penetraba en la habitación, al sentir esto Pavel despertó encontrándose con una sorpresa única desde haber quedado bajo el resguardo hostil de aquél hombre.
Allá, la entrada de la puerta entreabierta, develaban parte del exterior nocturno.
Saltando de su lecho inició un trayecto que se vio menguado al sentir un peso desmesuradamente anormal en su pie izquierdo.
Al tantear entre la oscuridad su pie, halló aquello que le impedía huir. Un grillete con su respectivo perno y  cadena eran el obstáculo hacía la tan ansiada libertad.
En un cálculo veloz, Pavel levantó la gruesa bola de metal y trastabillando en su andar consiguió llegar a la puerta entreabierta.
El corazón  le retumbaba en el pecho, mientras empujaba la pesada puerta de acero. Y en ese instante mismo en que al fin salía de su reclusión, cuando en su mente afloraba nuevamente ese deseo por vivir, el sonido centelleante de un arma de fuego apagó todo. El fulgurante latido se aplacó, y Pavel con el brazo derecho borboteando sangre cayó de rodillas. Ante él la sombra de un hombre, que escopeta a mano acababa un cigarrillo.
La escena mostraba una figura de la cual emanaban dos hileras de humo.

                                             *****

¡Mamá, mamá, hoy logré la mejor calificación en matemáticas de toda la clase!
-Ese es mi angelito.
¡No! Mamá, no me aprietes los cachetes. Te he dicho que no me gusta.
-Estos cachecitos me pertenecen para siempre.
¡Ay! Mamá, no, cosquillas no.

¿Mamá? *toce*
¿Estás ahí? Soy yo, Pavel. Ayúdame.
No, mamá, no te vayas. . ¡Mamá!

La vista borrosa en la oscuridad impedían visionar algo mas que a aquél hombre aún frente a él. Pavel creyendo que agonizaba, notó que el impacto de la escopeta le había arrasado medio brazo. El muñón en carne viva latente seguía emanando sangre. Un charco rojo que brotaba de su herida y bañaba la hierba, daban a éste cuadro un aire de tragedia griega.
Cuando de repente los aullidos de unos lobos se escucharon en los alrededores.
Pavel recreaba en su mente el posible desenlace, mientras la hemorragia no cesaba.
Los recuerdos de su madre nuevamente ocupaban sus pensamientos agónicos: su madre pellizcando sus cachetes. .
Pronto volvió en sí, al sentir una sensación conocida. La colilla ardiente del cigarrillo que quemaba su mejilla. Divisó al hombre que hacía girarlo, éste sonriendo, frotaba hasta que la ceniza apareciese.
Tras apagarlo en su totalidad, en ésta ocasión agregó un escupitajo que dio de lleno en el rostro de Pavel. La saliva descendía hasta su cuello.

El hombre que se disponía a dar la espalda para de ésta forma cargar su arma. Disparo que sería el definitivo debido a que en el anterior falló. Y por su inconmensurable confianza solo había depositado un cartucho en la escopeta.
Ingresó el nuevo cartucho, cargó, apuntó a la cabeza de Pavel y. .
El hombre no se había percatado, de un momento a otro se hallaba rodeado por una hambrienta manada de lobos. La enorme jauría formaba un circulo, los ojos rojos, brillantes e inyectados de sangre, aguardando atacar.

El hombre con un semblante de discordia y confusión, seguramente reconocía éste nuevo error debido a su absoluta confianza.
Nuevamente había cargado un solo disparo para acabar con aquél despojo humano, y por ello, por semejante intransigencia, por su estulta confianza, ahora estaba ante una desventaja abismal.

Retrocedió un paso, al tiempo que ocultaba tras de sí el arma. Cuando en ese momento de distracción, único instante en que había bajado la guardia en su vida. Sintió como de una patada Pavel le asestaba un golpe certero y contundente.
El hombre tras el impacto pierde el equilibrio y cae al suelo, por lo cual los lobos se arrojan sobre él. Éste sentía como era devorado miembro a miembro. La sangre bullía de sus brazos y piernas , ahora siendo desgarrados. En un último atisbo de vida, en la agonía producida por ser la cena de lobos, el hombre desató carcajadas profundas, reía como lunático. Pero en dicha risa se sentía solo dicha. En toda su vida jamás había sentido arrepentimiento alguno, y en ese último momento de la misma no empezaría.
Su carcajada seguía, mientras los lobos continuaban su festín. Y tan solo hasta que su cuello fuese mordido, destrozado y devorado, la risa cesaría en un aullido ronco, como emulando en burla a sus depredadores.

Pavel desde iniciada aquélla sangrienta escena, había logrado avanzar hasta la escopeta arrojada por el hombre al caer. Ya se encontraba con el arma, como pudo consiguió ubicarla en su mentón.
Un lobo que al fin lo había notado se lanzó hacía él, en su caza.
Y ahí, avistando a la fiera, mientras ésta se aproximaba cada vez mas.
Su rostro quedó inundado de lágrimas, éstas brotaban abundantes de sus ojos.
Se serenó, respiró profundo y hundió el gatillo.

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