Relato VIII: Amanecer y ocaso


Mañana llena de esplendor, el sol radiante en el firmamento es el anunciante de una nueva oportunidad; el amanecer trae consigo: esperanza para el optimista, jubilo para el infante, zozobra para todo aquel sin razón alguna para presenciar un nuevo día.

El optimista, con su característico y vehemente ser arrasa, cruza, rodea, salta o escala todo obstáculo que se le atraviese en el camino. Su espíritu no conoce mesura. Ignora la palabra derrota, ésta no se encuentra en su diccionario.

A su vez el infante incauto, por toda una vida frente de él. Desdeña toda responsabilidad. Su espalda no carga con peso alguno. Ignora como llega la comida a su plato cada día. Para él sus únicas preocupaciones son llevar a cabo sus tareas escolares, cepillarse los dientes y llegar a tiempo a las citas pautadas para jugar al futbol con sus amigos del barrio.

En otro escenario una patrulla con su estrepitosa e incesante sirena impide el paso de la multitud curiosa y acechante. De una vivienda, dos hombres de blanco extraen una mortaja ensangrentada, la cual lo mas seguro envuelva un cadáver. Esto desata el escudriñar de todos los allí presentes. 

                                               

                                                                         *****

El día está por concluir. El reloj anuncia las 06:10 pm. En el cielo las nubes se tornan de un anaranjado sublime. El sol está partiendo.        

Finalmente el optimista consigue el empleo tan añorado, aquel por el cual había luchado por meses con tanto ahínco; el infante juega junto con sus amigos un partido de futbol, el lleva el balón y su meta es lograr el próximo gol: domina, regatea, defiende, pasa, anota; en una morgue aguarda el cuerpo de aquel que a falta de un motivo para contemplar un nuevo amanecer, optó por quitarse la vida horas antes del ocaso. 





Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cormac Mccarthy: crudeza, desesperanza, maldad y reflexión

Reseña: las intermitencias de la muerte, de José Saramago

Reseña: Final del juego, de Julio Cortázar