Relato IX: Cascara vacía




 

María José cumpliría diez años de matrimonio el mes entrante, exactamente el día lunes. Su cabello ya se mostraba encanecido, en parte por el estrés diario al que se veía sometida debido a los tratos de su marido y en parte por el cuidado de sus dos hijos.

Pero desde hace dos meses la vida para María José había cambiado, lo que antes era una cadena perpetua y monótona de eventos cotidianos, ahora había  metamorfoseado. Su vida hoy era mas tolerable debido a aquello que enaltecía su ser.

Mientras tomaba un descanso, María José cavilaba ensimismada. Absorta en sus pensamientos, en estos, retrocedía el tiempo a hace cuatro semanas.

Era medio día, a última hora logró conseguir a un familiar que se hiciese cargo de sus dos bendiciones mientras ella asistía a una cita médica. Ésta llevaba meses en gestión, por ello perderla no era una alternativa.

Mientras por la prisa corría hacía la parada de autobús, una de las correas de sus sandalias cedió y se rompió. Por ello, María José trastabilló unos pasos y finalmente cayó al suelo dándose un golpe considerable en su brazo derecho. El dolor era insoportable, pero no había tiempo que perder, así que se quitó la otra sandalia, se levantó como pudo y retomó su recorrido hacía la clínica en donde sería atendida.
Pero el dolor en su brazo  aumenta, el inclemente sol de medio día proyectado en el asfalto lastima sus pies descalzos y la sofocación desencadenan la sed.
Es inútil, se da por vencida y busca una sombra en la cual poder resguardarse.

Pasan los minutos cuando el motor de una motocicleta se escucha. De pronto, frente de ella hace aparición, una vetusta y corroída por el oxido en gran parte, piloteada por un hombre de unos cuarenta años aproximadamente, éste le hace una señal a María José. Señal que ella al comienzo no logra interpretar.
Es así como finalmente el hombre habla:
-¿necesita ir a algún lugar?

La voz del hombre es clara, el semblante de éste es despreocupado.
María José le responde que necesita llegar en menos de diez minutos a la clínica del prado, si no perderá su cita. Pero que jamás ha subido a una moto.
Fue solo cuestión que la mujer terminará de hablar para que el hombre encendiera el motor, le pidiera que se subiera al asiento del pasajero y le largara un casco a la mujer.
                   
                                                    
                                      *

María José se sentía avergonzada pero exaltada, jamás en sus casi diez años de casada había entrado a uno de estos lugares que frecuentan parejas y amantes, raras veces esposos.
Pero algo que si era seguro era la atracción que se desató en su interior desde ese día que él llegó a su rescate y le permitió asistir a su cita médica. Algo indescriptible había ocurrido en ese trayecto de poco menos de seis  minutos; en toda su vida logró sentir tal grado de adrenalina y seguridad al mismo tiempo.
Y Brayan consiguió emerger ambas sensaciones en ella, su maniobrabilidad para llegar a tiempo al lugar indicado excitaron a María José. Y ahora estaba en un parque, a unos cien metros de un motel clandestino aguardando el arribo del causante de su estremecimiento.

Es así como llegó la hora acordada, y como si del anuncio de la hora de un reloj suizo se tratará, el sonido estridente de una motocicleta hizo su aparición. Montando ésta se encontraba Brayan, sonriendo jocosamente, y de esta forma dejando ver la ausencia de dos dientes; su barriga aunque no prominente era notable, por ello la falta de cinturón era causante de la caída constante de sus pantalones, y a su vez la aparición de parte de su trasero; no era calvo aún pero para no faltaba mucho para ello.
¿Qué le atraía a ella de ésta versión pobre de Sancho panza?
Se preguntaba María José. ¿será acaso extroversión? No, carecía de ello. Era callado y distante, como un enigma envuelto de misticismo.
¿Tal vez, su perorata?
No, su coloquial lenguaje se limitaba a frases falaces, superfluas e incultas.
¿qué era entonces, cómo era posible que un hombre tal despertase tal deseo de compañía?
Fue entonces cuando lo comprendió, ella deseaba escapar de su realidad, su añoro era desconectarse de su diario vivir.

                                                      
                                      *                                                   

Ambos se encontraban en la banca del parque. María José con el corazón en las manos y Brayan hurgándose la nariz serenamente.
Al concluir, se desperezó alzando sus brazos, logrando así dar con el hombro izquierdo de María José.
La mujer estaba sonrojada, su semblante daba la impresión de estar padeciendo un bochorno, parecía que estuviese en un sauna. Pero en realidad se trataba de excitación, ella había logrado arreglárselas para que sus hijos durmiesen temprano una siesta, dejando a su vecina indicaciones en caso no regresara a tiempo del "supermercado".
Como ambas eran mujeres casadas, aburridas de sus esposos, se ayudaban mutuamente en sus escapes para descansar.
Ahora, sentada en ese parque se preguntaba, ¿cuánto tardaría éste hombre en proponerle hacerla suya? Acaso no era mas que claro el mensaje? Por algo lo citó en un lugar que daba antesala a otro destinado para el desfogue de cuerpos.
Ella quería ya una verga en su boca, ser embestida, cabalgar a alguien, que se le corriesen en las tetas.
Y si no era éste el sujeto, otro lo sería. Pero María José le otorgo diez minutos de plazo, se los debía. Igual el otro día la salvo de no perder su cita médica.

Pasaron nueve minutos, María José se había hastiado del hombre, miraba a su alrededor para ver si lograba dilucidar a otro al que pudiera seducir. Igual ocho de cada diez hombres son animales de hábito, los dos restantes o son gays o cultos religiosos.
Finalmente Brayan habló:
-Estoy muy feliz por la invitación, hace mucho que no tenía compañía.
Estas palabras animaron nuevamente a María José, estaba entonces al lado de un hombre que requería limpiar su tubería, y ella gustosa le daría la mano que necesita.
Ella empezó a imaginar como era sometida sexualmente, como la ataban a la cabecera de la cama y abierta de piernas la penetraban constantemente, como se corrían en su espalda tras una hora de sexo salvaje.

No acababa de terminar de imaginar su fantasía cuando el hombre procedió a abrazarla fuertemente. Ella fervorosa sentía como su cuerpo tras tantos años nuevamente era deseado, sus labios estaban en posición para ser besados, cuando Brayan profirió:
-Siempre he deseado una amiga con la cual conversar. No sabes el trauma que es vivir en una sociedad machista discriminadora que no te permite expresar libremente. Fíjate que estoy saliendo con un chico de lo mas lindo.

María José pasó de estar a punto de ser rociada de semen en su fantasía porno, para estar en un panorama gélido que calaba sus huesos.
Su rostro estaba blanco, había perdido su única salida en meses, desperdiciando la misma en el encuentro con un hombre que no tenía el mínimo interés de contemplarla desnuda o someterla tal cual. Éste sujeto al igual que ella, lo único que añoraba era una verga para si mismo.

                                                  
                                       *                                                 

María José regresaba a su hogar, el encuentro con el hombre que esperaba la hiciera mujer y terminó siendo un mariposón, había terminado de lo mas frío posible. Ella al volver en sí, solamente se despidió dejando atrás llorando a aquél hombre que tal vez solo deseaba una amiga con quien desahogarse. Pero ella ya no estaba en edad de desperdiciar así su tiempo libre, ya eran cuarenta seis años, de los cuales casi diez habían pasado tan tenues y grises.
En esto pensaba mientras recorría otro parque aledaño al del encuentro, absorta en imaginar un escenario distinto para su vida, en algo que lograra nuevamente hacerla sentir mujer. Que valía la pena seguir respirando.
Solo le restaba un tramo de parque para la salida cuando un ruido llegó a ella, cerca a unos arbustos en la semioscuridad logró visualizar algo que la reanimó nuevamente.
Era un joven, de pelo rizado, hombros anchos, estatura media y brazos gruesos. Éste, resguardado tras unos arbustos, se masturbaba ávidamente mientras que al parecer espiaba a una pareja que sostenía relaciones íntimas.
La pareja realizaba una posición denominada el sesenta y nueve, María José la conocía gracias a un libro ilustrado que había comprado hace tiempo. Éste libro era su apoyo visual y consuelo.

                                                   
                                        *

María José logró  escabullirse detrás del masturbador aprovechando que éste se encontraba concentrado en la escena que acontecía a pocos metros de él. Se acerca a punta pies, procurando no romper una rama que la delatara, y así finalmente logró quedar justo a las espaldas del voyerista. Entonces, con agilidad logró deslizar su mano hasta el miembro del muchacho, el cuál su primera impresión fue un sobresalto que rápidamente fue aplacada con la mano vehemente y tierna de María José.
Así, las dos parejas, aquélla que tenía sexo ajena a lo que sucedía a poca distancia de ellos; y la otra que hacían de espectadores lujuriosos, convergían en una catarsis sexual desbordante.

Así terminó el día para María José, luego de esto intercambió contactos telefónicos con el joven de los rizos y se dirigió a su casa.

Volviendo en sí, María José retomaba su quehacer. El rememorar aquella tarde que había iniciado ignominiosa y decepcionante pero que terminaría de manera tan estimulante, la habían llenado de júbilo y deseo nuevamente.
Pero sabía que aún restaban días para volverse a ver, desde la primera experiencia habían sido tres encuentros en aquel motel de paso, en donde aquel mozalbete masturbador demostró ser un glorioso Adonis del sexo. Que su único defecto era su timidez para socializar, por lo que ella se sentía como la Megara que llegaría a satisfacer a aquel Hércules dotado.

                                                  
                                          *

Su esposo se levantó temprano el día del aniversario de su matrimonio. Como siguiendo una extraña tradición sexual, su libido solo se activaba en fechas tales, pero se resguardaba para su regreso del trabajo. Empleo que le ocupaba todo el día. Se aseó, cambió, desayunó y despidió diligentemente besando a María José, la cual ni siquiera lo notó salir. Su cabeza se encontraba lejos de allí, planeando el encuentro que celosamente había acordado para exactamente ese día. Ello le producía un morbo mas latente, el tener toda la tarde relaciones con su amante el mismo día que se conmemoraba su día de matrimonio era enriquecedor.

A una hora, ya estaba vestida como si fuese asistir a una cena de alcurnia. Solo faltaba la mochila de viaje que siempre la acompañaba en sus encuentros adúlteros. Como dicen, una mujer precavida vale el doble. Ella conocía muy bien a su esposo, y aunque hasta ahora nunca había ocurrido que la llamase en plena faena, ese día era distinto por razones obvias.
Es así como terminó los últimos preparativos, dejó a su vecina nuevamente indicaciones del cuidado de sus dos hijos, tomó su celular y partió a su encuentro con su Adonis.


                                                   
                                     *

La habitación del motel emanaba un aroma a carne y sexo mas que conocido, pero mas que la habitación eran las feromonas que segregaba la transpiración de ambos cuerpos en pleno acto.
El libido le otorgaba a ambos amantes la espontaneidad de dejarse llevar sucesiva e intercaladamente. Mientras uno era sometido a embestidas mas que sonoras, el otro se entregaba a ser penetrado al unísono; mientras uno cabalgaba salvajemente recreando que montaba un potro salvaje; el otro relinchaba emulando a la bestia indomable.
Así se llevaba a cabo un nuevo encuentro entre ambos amantes, María José no podía caber mas de la dicha, era ello lo que hace tiempo buscaba con tanto ahínco.

Estaba por cumplirse la tercera hora de sexo continuo, y la mujer a punto de conseguir su quinto orgasmo de la tarde cuando un chillido como de ambulancia aplacó el momento.
Tanto hombre como mujer quedaron anonadados por la repentina alarma, en este estado estaba la mujer hasta que recordó la procedencia del mismo. Era su celular, su esposo la estaba llamando, posiblemente para corroborar que estuviese en casa.
Oportuno momento para sentir celos, dijo María José.
Así que saltó de la cama con una habilidad casi felina, corrió hacía aquélla mochila enorme que siempre traía a estos encuentros(y la cual siempre le causó curiosidad al muchacho) extrajo un vaso y motor de licuadora, la enchufó en el toma corriente mas cercano, hizo una señal al muchacho para que no hiciese ruido alguno y atendió la llamada naturalmente.

-¿Si?

-¿María José?

-Ajá

-¿Cómo que aja, responde correctamente.

-¿Qué quieres?

-¿Cómo que qué quiero?

-Si, ¿qué quieres?

-Con un demonio mujer, es que no sabes que día es hoy, dónde estás?

-Es lunes, estoy en casa, ¿por qué?

-Maldita sea, no me extraña que lo olvidaras, en fin. Pásame a Luis y Helga.

-Hacen sus deberes, no los interrumpiré.

-Joder Mujer, porque creo que estás mintiendo.

-Aguarda un momento que estoy preparándoles un jugo a los niños.

Tras esto último la mujer rápidamente agregó algo de agua embotellada a la licuadora junto a dos manzanas, y procedió a encenderla. Entonces regresó a la llamada.

-Me decías?

-Qué me pasarás a Luis y Helga.

-¿Qué?

-¡Qué me pases a mis hijos, carajo!

-¿Cómo?

-Olvídalo, termina de prepararles su jugo, hablamos por la noche.

-¿Cuál coche?

Finalmente colgó, desconectó la licuadora, la guardó y sirvió en dos vasos del motel el jugo de manzana que había preparado. Se acercó nuevamente al lecho en el que su amante aguardaba y le tendió un vaso para que bebiera y se rehidratara.
El hombre acostado en la cama, aún perplejo por lo acabado de presenciar tomó el vaso, se lo bebió rápidamente y procedió a lanzarse sobre María José. El ingenio de esta, sumado a el morbo de haber escuchado la voz de su esposo en la habitación en la que el estaba presente despertaron nuevamente el deseo de hacerla suya.

En tal desenfreno de sexo prosiguieron por dos horas mas, al final la mujer estaba exhausta pero debía llegar en menos de cuarenta minutos a casa, si no tanta estratagema sería en vano.
Sabía que su esposo querría tener sexo con ella esa noche, pero eso no le generaba nada en absoluto. Sabía que todo concluiría tras cinco o seis minutos de coito de su parte, para finalmente sucumbir al sueño.
Todos estos años había sido así, pero ella ya estaba satisfecha y feliz. Había encontrado la quimera que por tanto tiempo había buscado. 




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