Relato XII: Resarcimiento



La fosa común desvelaba algo inhumano. En ésta yacían los restos de una madre y su hijo. El reporte indicaba una  posible hipótesis: que la mujer fuese secuestrada a cambio de un rescate, no se le pagó a sus raptores y por ello fue ejecutada. Pero no se descartaba que al encontrarse la fosa en un lugar cercano a zona de narcotráfico, la mujer al transitarlo junto a su hijo, fuese ejecutada y posteriormente desmembrada para imposibilitar su identificación.

Las extremidades superiores de ambos presentaban laceraciones profundas; Piernas mutiladas a causa de lo que posiblemente fuese una especie de motosierra; cabezas decapitadas debajo del cuello; abdómenes abiertos completamente; además  todos los restos estaban quemados, esto hecho seguramente con gasolina.
Entre los restos humanos podía apreciarse algo capaz de enternecer incluso al corazón mas frío, las manos de madre e hijo estaban entrelazadas. Como tratándose del último acto en vida antes de su cruel asesinato. Una escena dantesca por donde se le apreciara.

Pasada una hora tras el descubrimiento de los cuerpos. Un hombre penetró en la escena del crimen con una habilidad increíble, sin ser visto y aprovechando un punto ciego, consiguió burlar todo el anillo de seguridad que resguardaba la misma. Toda la policía se encontraba ahora a seis metros aproximados del lugar, y el hombre al parecer sabía esto.
Es así como lo logró, se aproximó hasta la fosa aún descubierta para los forenses, se arrodilló, respiró profundo hasta finalmente quebrarse en llanto. Pero un llanto ahogado para así evitar ponerse al descubierto.

Tras unos cinco minutos en la misma posición de respeto, el hombre se puso nuevamente de pie para así pronunciar las siguientes palabras:

-Sin importar el método e incluso si debo dar a cambio mi vida, juro ante ustedes que el culpable pagará con su vida.

Finalizadas las palabras dichas y con la misma velocidad con que llegó, se esfumó dentro de un bosque cercano.


                                                 
                                                     *

San Eustasio era un pueblo ubicado en lo que en tiempos pasados era una cantera. El hollín en el aire aún podía sentirse, al respirar era forzado para cualquiera; los restos de las excavaciones en la mina aún eran evidentes, por el material regado por doquier; y lo mas particular de todo eran sus habitantes, que aún sabiendo la calidad de vida en un lugar así, perpetraban sus estadías  por generaciones.

A diez kilómetros de éste pueblecito se encontraba una ciudad, ésta en el pasado se beneficiaba de la explotación de la cantera de san Eustasio. Pero tras el derrumbe de la misma, en la que centenares de obreros perecieron. Ahora los gobernantes de dicha ciudad se proveía gracias al negocio ilícito del narcotráfico; inmensos laboratorios de cocaína estaban ubicados en todos los pueblos aledaños a la pequeña metrópolis. Con una sola excepción, el pueblo de San Eustasio.

                    
                                                 *


Un hombre con un físico mas que notable llegó a San Eustasio a poco de ponerse el sol; sobre su hombro derecho cargaba una enorme maleta de color negro, la cual no se despegaba de su lado en ningún instante. En el pueblo llegó a correr el rumor que incluso dormía con dicha maleta, posiblemente usándola de almohada.

El hombre se aproximó hasta la única tienda del pueblo, pedía indicaciones para llegar a una ciudad cercana, pero al ver que no encontraba respuesta de la dueña de la tienda, su siguiente parada fue la herrería. Acá si tuvo fortuna y consiguió un mapa que el herrero le facilitó, además de recibir hospedaje por esa noche.

Antes del primer canto del gallo, partió el forastero que encontró alojamiento en casa del herrero. Dejando unas monedas de oro en su mesa de noche, agradecía el que le permitiesen pasar la noche. El herrero al despertar una hora después, se le dibujó una sonrisa por tal acto de gratitud, ahora podría comprar un nuevo fuelle que reemplazase al que poseía ya desgastado.

                   
                                                * 

En la ciudad se realizaría un acto público ese día, por lo cual la confluencia de personas igual que la de arroyos subterráneos que dan vida a un manantial,  destacaba a la vista.
De esta forma los asistentes no dejaban de llegar a la inauguración del nuevo hospital.

Loreto José Altagracia era un reconocido personaje en la región, éste haría acto de presencia e inauguraría el hospital. Pero la popularidad que recaía sobre éste residía tanto en escándalos, de los que ha salido bien librado; como de gran cantidad de rumores que al día de hoy no habían podido corroborarse. Tal vez debido a la astucia e inteligencia que caracterizaban a dicho personaje. Lo que si era indiscutible era su poder sobre muchos territorios incluidos aquéllos en los que se encontraban esta ciudad, los pueblos de san Eustasio, villa María, peralta, san Onofre, Aragón  y muchísimos mas.

Dichos escándalos y rumores en los que éste personaje era el epicentro variaban. Pero el principal contaba que era el máximo jefe de una organización criminal encargada del narcotráfico en toda la región. También se decía que era un genocida, asesino de no solo hombres, si no además mujeres y niños; todas las fosas comunes halladas en la región se le concedían e inclusive la tragedia en la cantera de San Eustasio, según algunos, era obra suya.
Pero como su poder era inmenso, siempre lograba salir limpio de todas esas acusaciones, porque al inició fueron rumores pero en varias oportunidades se le señaló de varios hechos. pero lamentable e inexplicablemente todos los testigos que le acusaban, siempre resultaban muertos horas o días  después. Y así se mantenía impune.

                      
                                             *


Loreto José Altagracia, poseedor de todo lo que ocupaba la vista y mas allá. Arribó a la ciudad en su lujosa limosina. Solo contaba con un círculo pequeño de guardaespaldas, esto debido seguramente a la excesiva confianza que le producía el saber que tenía subyugado a todos los habitantes allí presentes. Tal sumisión era mas que obvia.
Junto a él se encontraba su asesor personal, un lavaperros servil e ignorante con traje de etiqueta.
Ambos personajes tomaron asiento en unos asientos ubicados en una tarima de exageradas proporciones, adecuada para mostrarse mas que resaltable.

                                                 
                                                 *

Mientras ambos políticos-por llamarlos de una forma para variar en la narración- aguardaban para dar el tan anunciado discurso, el retumbante ruido llegó hasta el oído de alguien instalado en el piso de un edificio en construcción situado a dos manzanas.
Se trataba de un hombre con un físico de atleta olímpico.
Posiblemente un maratonista. Brazos y piernas esculpidas con horas de ejercicio. Su apariencia de un hombre de unos cuarenta y cinco años contrastaban notablemente con su físico mas que cuidado.
El hombre usando unos binoculares se asomó con mucho cuidado por la ventana que daba hacía la plaza en donde se llevaba a cabo el evento.

Durante lo que fueron cerca de siete minutos, quedó absortó en los binoculares. Luego tomó  un objeto gris cilíndrico que reemplazó a los binoculares, y con el que estaría-incluso mas atento que antes- aproximadamente unos diez minutos mas.
Al tiempo que anotaba lo siguiente en una libreta que cargaba consigo:
 
68.5 M POR SOBRE UN OBJETIVO UBICADO A
1.75 M DE DISTANCIA.

CALIBRE .50

-AGRUPACIÓN ✓
-ALTITUD ✓
-ROTACIÓN ✓
-VIENTO ✓
-E. CORIOLIS, EÖTVÖS ✓

Su concentración podría comparársele a la de un especialista en  antiexplosivos desactivando una bomba con solo pinzas a la mano.
Transcurrido el tiempo procede a abrir una inmensa maleta que se encontraba a su costado. Dentro descansaba un barrett M82A3 un fusil de francotirador semiautomático.
El hombre comienza por colocarla tras el marco de la ventana, seguidamente acopla la mira telescópica al arma(el objeto cilíndrico gris antes descrito), a continuación se ubica en una lona negra que se camufla perfectamente con el entorno de la habitación en donde está, corrobora el ajuste de la mira de acuerdo a los datos recogidos anteriormente, se acomoda en su posición y aguarda el momento.

                     
                                               *


Loreto José Altagracia se levantó de su asiento, en tres pasos llegó al micrófono ubicado en el centro de la tarima. Fue cuestión de instantes para que en su semblante se dibujara una expresión de absoluta victoria.
Su ser se alimentaba del miedo. A través del sometimiento, la censura y violencia doblegaba a toda esta región. La cual tenía a sus pies, y deseaba que tras su muerte, sus hijos, nietos, bisnietos e incluso tataranietos se mantuviesen en el poder. En su alma no había cabida para la bondad, el perdón o la misericordia. Estos los consideraba términos para gente débil y sin convicción.
Se acercó al micrófono para iniciar su intervención, internamente sabía que sería imposible contener el éxtasis por tan extraordinaria noticia que había recibido hace instantes, sobre el hallazgo por parte de las autoridades de una nueva fosa común. Ésta vez con una madre y su hijo dentro de ella.
Añoraba terminar pronto para ver las fotos para su deleite visual. Éstas se las tendrían preparadas oficiales corruptos a su servicio.
Sin mas anticipación inició su intervención:

"HOY DAMOS POR INAUGURADO ÉSTE  NUEVO EDIFICIO. EN EL FUNCIONARÁ EL NUEVO HOSPITAL. GRACIAS A MI QUE SIEMPRE ME HE PREOCUPADO POR EL BIENES. . .

Justo en ese instante del discurso, la voz de aquél que lo recitaba -el hombre que por mas de una década postró toda una región a su merced- fuese callada tras recibir un disparo justo en la sien, entre su mejilla y oreja izquierda. El alto calibre de la bala reventó como si de una sandía se tratase toda su cabeza, la cual tras el estallido se esparció por el lugar.
En el estrado, junto al micrófono y en una parte de la tarima, la sangre y sesos esparramados pintaban todo de un vivo escarlata que se amoldaba a la madera barnizada. 
Lo visceral de la escena recordaba el arte de Théodore Géricault.

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