Relato XIII: Gato por liebre


Me hallaba en una cafetería, tomando una tasa de té, esperando que me calmara. Una ansiedad imprevista aceleraba mi atribulado corazón.

Era uno de esos medios días en los cuales el sol está en su máximo esplendor, los rayos de éste atravesaban los vidrios de la ventana hallada a unos cinco metros de mi asiento; a dos mesas frente de mi ubicación se encontraba la causante de mi estado. 
Una mujer de unos cuarenta y cinco años, atractiva, voluptuosa y de caderas amplias: su cabello rubio, se asemejaba a espigas de trigo; unos ojos azules tan claros, como firmamento despejado; sus labios rojos y carnosos eran una invitación al beso; y su sonrisa tan blanca como perlas halladas en el océano.

La mujer al notar mí mirada no se mostró indiferente, o, hizo expresión alguna de incomodidad. 
Entonces, casi al instante, me respondió con un guiño que, además de cautivador, fue sensual.
Procedió a invitarme a su mesa en la que departimos gratamente en el transcurso de una hora. Las risas no faltaron, y pronto el ambiente se torno tentador y candente.

Tomamos un taxi a la salida de la cafetería.
Tras penetrar en el vehículo, le indiqué al chofer nuestro destino; ella no paraba de asecharme con su mirada vivaz y lasciva, y, de tocarme la entrepierna con picardía. Mientras nuestros labios no se separaban un solo instante.

》》》》                      

La habitación del motel estaba sucia y mal decorada. De no ser por la cama y ventilador del techo, ésta hubiera pasado por la celda de una prisión.
De hecho, la única ventana tenía barrotes oxidados por el paso del tiempo.
Mi olfato sintió como el olor a cigarrillo, alcohol, humedad y naftalina se mezclaban en el ambiente. Llegué en dos ocasiones a disimular las arcadas e inventar excusas para ir al cuarto de baño, para poder vomitar.

En fin, es una pocilga -dijo ella-, pero, después que no falte en donde hacerlo, lo demás pasa desapercibido, ¿no?

Este grado de despreocupación causó un efecto afrodisíaco en mí. Al tratarse de una mujer tan despampanante, cualquier hombre esperaría que mínimo, tuviese cierto grado de dignidad; pero lo cierto era que, la musa ante mis ojos, solo le era relevante el lecho para que los dos cuerpos se entregaran al júbilo y desenfreno sexual. Lo demás eran nimiedades para ella.

Estaba a punto, en mi entrepierna acontecía una pelea entre mi virilidad y los jeans que traía puestos. 
Inicié despojándome de la camisa, a lo cual ella me siguió, quitándose sus tacones; sin embargo, de un momento a otro, algo cambió. Fue solo que ella se deshiciera de sus tacones, para notar que su altura era mucho menor a la que mi primera impresión avistó.
Su metro noventa se redujo a un metro sesenta en un abrir y cerrar de ojos. 

Fue en ese momento cuando descubrí que, los tacones eran en realidad unas plataformas, pero, ¿cómo no lo había notado?
Rápidamente pensé que su altura no debía influir en el resto de su ser, igual era una mujer bellísima que además poseía un cuerpo de ensueño, ¿por qué su altura sería causante de una decepción?

En estos pensamientos me hallaba cuando volví en sí. 
El estado absorto de pensamiento en el que me dejó el descubrimiento de su verdadera estatura, había servido como una especie de escudo invisible en el que mi acompañante se resguardó.
Finalmente, ante mis ojos la mas cruda realidad fue desvelada.

La cascada dorada que era su cabello, en realidad se trataba de una peluca de utilería -por ello tal vez la calidad- usada para películas; los ojos azul claro como manantial, eran unas lentillas de contacto; los labios seguían carnosos pero, al ser despojados del rubor del labial, ahora quedaba una abultada masa carnosa producto del Botox; aquéllos dientes blancos como el mármol, en realidad era una dentadura postiza.
Finalmente el sostén en el suelo, mostraba un relleno interno, y, aquellas caderas no eran mas que unas almohadillas de esponja que formaban una especie de pantys.

Era una mujer completamente distinta la que ahora veían mis ojos; la profunda admiración hacía su feminidad, se esfumó. Ahora me costaba siquiera verla por mas de unos segundos.
Tenía sentimientos encontrados. Además de sentir cierto grado de aversión.

LLenándome de valor, detuve por mas tiempo la mirada hacía ella. Entonces un pensamiento atroz cruzó por mi mente, para finalmente quedarse y, hacerme sonreír.

"Veamos, es fea, pero, ya estamos aquí. . Además me engañó, pero ya pagué toda la noche. . Y le faltan dientes, pero, hace tiempo no tengo sexo. . ¡Joder, le faltan todos! . .

¡Que demonios, una mamada sin dientes!

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