Relato XV: Flor del desierto



En uno de mis habituales recorridos al centro de la ciudad, la ví por primera vez. Aún con la temperatura que se sentía a esa hora; sin importar los rayos de sol que normalmente cegan la vista; e incluso el ahogo por la poca brisa que en el momento circulaba en el aire, impidió el poder contemplar toda su feminidad.

Situada de pie en medio de dos árboles que le permitían resguardarse bajo su sombra, pude avistar su espléndida figura: vestía un top y minifalda, ambos color rosa, que desvelaban curvas tan pronunciadas como la cordillera de los andes; su cabello que caía sobre sus hombros como cascada, era oscuro  como boca de lobo; su mirada intimidante despertaba el encanto que complementaba su cálida sonrisa; sus grandes atributos cautivaban la vista; una retaguardia que envidiaría el ejército mas organizado; y unas piernas que sería pecado tapar.
Sin dudarlo, tanto su belleza podría ser retratada por Da Vinci, y su figura esculpida por el mismísimo Miguel Ángel.

En el recorrido ante su encuentro-solo nos separaban escasos metros- trastabillaba en cada paso, al tiempo que lograba sentir el empedrado asfalto bajo mi calzado.
En mi interior acontecía una lucha desde el mismísimo instante en que nuestras miradas se compenetraron. Por ello, mi corazón acelerado, exaltaba un vivido suspiro: ¡Hahh!

Finalmente la tenía frente a mí, su mirada que ahora se mostraba en todo su esplendor y claridad. Desvelaban unos ojos llenos de seducción y picardía. .

Su cabello, que ahora podía apreciar mas detalladamente, era largo color azabache. .

Era poseedora de unos labios que con el rubor escarlata, eran una invitación al beso. .

Rápidamente -como si de un relámpago que ilumina el firmamento nocturno se tratase-, la imaginé como la soberana de su propio reino: destacándose los colores fuertes en su vestimenta real; llevando una corona de oro llena de rubíes; sus manos enfundadas en guantes blancos como la nieve; y llevando un  cetro de plata con incrustaciones de piedras preciosas.
Su belleza me dejó tan absorto a tal visión, que quedé instaurado como estatua de piedra caliza frente a ella: ¿era acaso un hechizo debido a su atractivo, porte, sensualidad y encanto?
Me sentí como embriagado por su mirada, la profundidad en ésta me impedía movimiento o el proferir silaba alguna.

Fue cuando entonces -llevada tal vez por la curiosidad por mi extraño actuar-, que sus labios me concedieron el honor de escuchar su voz: ésta era cordial, amena y llena de coquetería.
Esto me permitió tomar algo de control sobre mi, poder sonreírle y dirigirle unas palabras:

-Su alteza real, que situada en este lugar con clima tan agobiante, es como la flor que crece y mantiene su belleza en el árido desierto, ¿me permitiría el placer de deleitarme con su compañía, aceptando una invitación a comer?

Como la venus de Milo su reacción fue austera al principio, pero inmediatamente una sonrisa de picardía se gesticuló en su semblante. Se disponía a proferir su respuesta, que con tanto expectación aguardaba escuchar, cuando el sonido de una bocina se manifestó, esfumando todo el grato ambiente.

Se trataba de un deportivo parqueado a una orilla de la acera. De este vehículo se apeó un hombre de unos cuarenta años: de perfil griego, cabellera rubia y sonrisa con dientes blancos como perlas; vestía con inigualable gusto por la moda: un traje negro con corbata, pantalones de tela, y zapatos que brillaban de lo lustrados.
El hombre habló, en un  italiano con partes en español. Dirigiéndose a la doncella ante mí:

- Amore è ora di partire, El jet ci. . Él avión nos aguarda.

Entonces, la fémina que hace tan solo quince minutos había ocasionado tantas emociones dentro de mi persona, ahora partía hacía su príncipe azul. Aquel que la llevaría hacía el castillo en donde ella era la reina absoluta.
Pero, esto en lugar de dejarme en un estado lamentable de tristeza, consiguió que se dibujase una sonrisa en mi rostro. En realidad mi visión era verdadera, ademas que interactúe con una mujer que opacaba al resto que hubiese conocido en mi vida en cuanto a encanto y belleza.

Comentarios

  1. Se nota que vas mejorando como narrador. Un placer leerte.

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    1. Todo un gusto el saber que tú me lees.
      Gracias por tus apreciaciones.

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