Relato XVI: Hoyo doce


En el club de golf donde solía  trabajar, -se cumplirán dos años desde lo acontecido- cierto sábado, tipo once de la mañana, a mediados del año dos mil doce. Un grupo conformado por tres hombres, todos en la tercera edad. Jugaban dieciocho hoyos. 

Como buenos amigos, departían, bromeaban e incluso se llegó a hablar de una apuesta.

Uno vestía una gorra de vicera pequeña, lentes de montura, camisa hawaiana de vivos colores, pantalón blanco de tela y tenis azules. 
Era un señor que podría rondar los ochenta a ochenta y cinco; su cabeza estaba desprovista de cabello alguno.

Los otros dos hombres. Altos en comparación al anterior descrito, traían vestimentas sumamente iguales, dando a entender que en algún tiempo llegaron a ser parte de un mismo equipo. 
Lucían unas camisas azul celeste con la inscripción 《green golf》bajo el cuello de estas. La única excepción en sus vestuarios eran los zapatos: amarillos y grises, respectivamente.

De los dos, uno poseía un corte militar que contrastaba con unas cejas abultadas; Mientras que el otro, tenía una soberbia barba de leñador.

-Tengo toda la seguridad que ganaré éste encuentro -Dijo el hombre de cejas pobladas.

-No estés tan confiado, todos acá hemos mejorado nuestro juego. -expuso el desprovisto de cabello alguno
.

-Dejen el parloteo comadritas, y regresemos a lo que nos trajo aquí. -concluyó el de gran barba
.

La contienda se mantuvo reñida. Los tres hombres sofocados por las altas temperaturas, sudaban a tal punto que en sus camisetas se marcaba la transpiración.

A los doce hoyos, el match se encontraba empatado entre el de barba vikinga y el desprovisto de cabello; p
ara haber un vencedor, debía definirse jugando hoyo por hoyo, hasta que alguno ganara uno.

Los ánimos eran notables, la camaradería estaba presente, la alegría los colmaba.

El hombre de cejas pobladas, que ya no tenía nada que ganar, pero si todo que perder. Le tocaba su turno de lanzar.
Se levantó del buggy, en donde se resguardaba de los rayos implacables del sol de medio día. Caminó hacía el green, ubicó el tee, y preparó su lanzamiento. 

Justo en el instante que alzaba el palo en el aire, sin previo aviso, sorprendiendo a todos los allí presentes. 
Lo dejó caer a un costado, se agarró el pecho con la mano que segundos antes sostenía el mango del palo y, quedó de rodillas sobre el campo.

Sus dos compañeros de juego corrieron para auxiliarlo. 
Tras rodearlo, aquél que yacía de rodillas con una mano apretando su pecho. Profirió aquellas que serían sus palabras de despedida: "Ya no boto más gasolina, amigos míos. . Gracias. . Bien jugado."

En plena agonía. Haciendo un último esfuerzo, entregó su palo de golf al compañero ubicado a su derecha. Suspiró hondamente, sonrió y se desplomó sobre el tee de juego.

Una ambulancia que minutos después ingresó hasta al campo, haciendo sonar la sirena con tal bullicio que opacaba el silencio alrededor. Fue en vano. Ya el hombre no podía ser auxiliado, era demasiado tarde, había fallecido jugando golf.

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