Relato XVIII: Condena



Atravesando el cristal empañado de una ventana con marco de caoba y alfeizar de granito, los primeros rayos de luz anunciaban un nuevo día. Estos, iluminaban tenuemente una especie de recámara: angosta de largo, podría tener poco menos de siete metros; de ancho, unos cuatro metros aproximadamente.

En ella se hallaba un lecho conformado por lo que parecían ser los restos de unas cajas de cartón; encima, lo restante de una cortina hacía las veces de manta. Retazos de ropa dentro de una bolsa plástica eran la almohada.
Un agujero en una de las esquinas, tenía como función ser el resguardo para las deposiciones. El ojal para aliviar el esfínter.

Aquéllo, mas que una habitación -su tamaño así lo corroboraba- asemejaba mas a una celda; dentro de la misma, rezagado en el suelo y en posición fetal. Un hombre de aspecto grotesco permanecía inmóvil y en silencio.
Una abundante cabellera enmarañada y gris, su barba poblada, que cubría prácticamente todo su rostro y unas manos enmarcadas por sendas arrugas. Atestiguaban muchísimo tiempo de reclusión.

Pasados unos minutos se aproximaba alguien. El sonido de unos pasos así lo confirmaba.
Pronto, aquellos pasos aceleraron su ritmo, ahora raudos se escuchaban a escasos metros tras la puerta de la recámara anteriormente descrita.

De pronto, la puerta que daba acceso a la habitación se abrió, una figura vestida totalmente de blanco permanecía de pie, atenta y vigilante al huésped dentro de la alcoba.
Repentinamente, como si una fuerza interior le hubiese concedido la posibilidad de nuevamente recobrar el sentido y establecerse. Aquél despojo humano dentro de la habitación, estaba ahora de pie.
En su semblante, una mirada de enojo, venas dibujadas en su sien y dientes rechinando, eran la viva imagen de la ira mas atroz. Como el animal salvaje, cautivo después de toda una vida en la jungla.

El hombre -porque ahora la luz exterior desvelaban su identidad- completamente de blanco, gracias a un traje herméticamente sellado que cubría todo su cuerpo, anotaba algo en un block de notas. Finalmente ingresó a la recámara.
Con una serenidad, indiferencia y confianza, que insultaban al ahí cautivo. Éste, ahora con unos ojos empapados en lágrimas debido al horror, se enjuagó el rostro, tomó una bocanada de aire y se lanzó hacía aquél que por esta escena descrita, podría tratarse de su captor.
El hombre completamente de blanco, permanecía inmerso en sus anotaciones haciendo caso omiso al cautivo. Permanecía en su posición, campante y anotando todo lo que iba encontrándose en aquélla letrina humana.

La bestia encarcelada estaba a escasos centímetros de su objetivo, en su rostro, debido a lo poblado de su barba, era irreconocible cualquier rastro de emoción distinta a la cólera. Unos gritos ensordecedores como de mandril, que se apoderaron de todo el lugar, lo anunciaba.

A escasos centímetros, cuando solo le restaba azotar un golpe certero hacía la nuca del hombre del block. Un rápido zumbido sacudió al cautivo malogrando así su empresa asesina. Ahora, tirado y retorciéndose en el suelo por los electroshock, el sujeto cautivo arrojaba abundante espuma por su boca, a la vez que sus ojos inyectados en sangre, no le retiraban la vista al hombre completamente de blanco.
Ahora se desvelaba una cadena colocada en la pantorrilla derecha del cautivo -probablemente por donde lo redujeron con electricidad-; concluyendo su última anotación, el hombre completamente de blanco abandonó la recámara y cerró la puerta de esta.

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Una hora mas tarde. Aún tirado en el suelo, el cautivo comenzaba a convulsionar frenéticamente: sus extremidades se contorsionaban, gritaba ahogadamente, sus ojos permanecían blancos, la boca se le torcía, su lengua tragaba. . 

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