Relato XX: ¿Por qué hay guerras?



"Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba".

_Heredóto de Halicarnaso.



En una extensión de tierra llana, caracterizada por su clima extremo, semiarido y frío: veranos tan calurosos, como caldera infernal, e inviernos crudos y secos, comparables a carámbanos de hielo. Avanzaba una horda de personas que vista desde gran altura, asemejaba a una colonia de hormigas formadas.


En este atroz ambiente, hombres, mujeres, niños y ancianos por igual, sin preferencia, atosigados por un inconmensurable horror. Huían en masa.

Su meta era cruzar la frontera del país. Atravesar ello que divide a dos países, esa línea imaginaria creada por la ambición y poder de los hombres.
En fin, sentirse resguardados de lo que, llegados a ese punto, era ya inevitable.

Los hombres al frente, con azadones, hachas, palas y vigas de acero. Formaban un escudo frente a la oscuridad a su alrededor; madres con bebés en brazos, trataban de apaciguar los estridentes llantos de las criaturas -algunas de solo semanas de nacidas-, parejas de ancianos derrumbadas en el suelo frío que calaba los huesos, se abrazaban para tratar de darse calor.
Todo en la estepa era un cuadro enternecedor y de zozobra.

Repentinamente, como el estruendo producido por una estampida de elefantes, la tierra tembló por unos instantes; todas las personas se detuvieron, se agruparon y esperaron. . Entonces, iluminando todo el firmamento en dos kilómetros a la redonda, un clarísimo y enceguesador resplandor blanco, fue la antesala de dos misiles balísticos que, penetrando en tierra, barrieron todo a su alrededor.

Un cráter que abarcaba todo a la vista, dejó la explosión. En el lugar, no quedaba rastro alguno de vida. Las personas que segundos antes proliferaban la estepa, desaparecieron sin dejar atrás siquiera un rastro de sangre.

Al tiempo, mientras la carne y huesos de estas personas eran reducidas a humo. Una batalla se libraba en la capital de la ciudad.

El ejército local, reducido a mantenerse atrincherado, era abatido constante y vehementemente; las tropas rivales que, triplicaban el número, avanzaban mostrándose inmisericordes. Totalmente absortos en conseguir su empresa de conquista.

Lluvias de balas de ametralladoras destrozaban los cuerpos de soldados de ambos bandos. Edificaciones caían como piezas de dominó ante la arremetida de misiles balísticos.
Civiles atrapados en el fuego cruzado eran dados de baja sin piedad alguna.

La estación de metro era utilizada como bunker de refugio por algunos sobrevivientes. La mayoría allí reunidos permanecían con semblantes llenos de miedo y desesperanza.
Los pocos hombres portaban MK -14 al hombro, descargadas por su uso en la superficie; dos mujeres arrojadas al suelo, separadas cinco metros una de la otra, hablaban hacía la nada;  niños que hace mucho cesaron con sus llantos, se mostraban absortos, mostrando claras señales de desconsuelo.

Entre los infantes, habían dos hermanos que no dejaban de tomarse las manos entre si; la hermana, aún confundida por todo el escenario a su alrededor, suspiró hondo y, deseando escuchar una voz de apoyo habló.

- ¿Por qué Iván, qué hemos hecho para sufrir tan fatídica situación?

Aunque apenas contaba con ocho años de edad, Iván mantenía una expresión indiferente. Tenía presente que debía velar por su hermanita, así que, cualquier muestra de debilidad estaba descartada; sin embargo, la realidad era que, gracias a su herencia antepasada, por las venas de Iván corría la estoica convicción del cosaco. Guerreros de inquebrantable voluntad, hombres hechos para soportar la adversidad.

-Tranquila Ana, seguimos respirando y, tienes mi palabra que lograrás pasar la frontera.

Estas palabras dejarían consternada a la pequeña de rizos rubios y ojos tan claros como un manatial. Aunque trataba de disimularlo para evitarle predicamentos a su hermano. Ana sabía que Iván solo tenía como prioridad salvarla, incluso si para ello era necesario sacrificarse a si mismo.

》》》》

Dieciocho días resguardados en la estación subterránea habían pasado.
Cerca de tres semanas bajo tierra, sin ver siquiera un halo de luz.
Mas de cuatrocientas horas, dependiendo de ratas para su alimentación.

Del grupo de sobrevivientes solo quedaban en pie el pequeño Iván, su hermana Ana e, increíblemente, una mujer en cinta, de nombre Sarah.
Sarah se hallaba en lamentable estado de salud, su embarazo corría riesgo y, ante semejante panorama, la madre se hallaba entre la espada y la pared.

¿Qué hacer?
Se preguntaba así misma Sarah, una mujer de extraordinaria belleza, carisma envolvente y locuaz personalidad.

Tanto Iván como Ana se habían encariñado con la mujer, tras todo ese tiempo conviviendo en las mas insondables tinieblas y precarias condiciones; ambos niños habían formado tal lazo, llegando a ver a Sarah como a una madre.

Inquieta por la situación, Ana no dejaba de llorar. Arrojada a un costado de Sarah, procuraba darle ánimos a la pobre mujer que se retorcía del dolor producto de las contracciones; la frente de la mujer transpiraba sin pausa y su entrepierna estaba empapada de humedad.

Así que, tomando una resolución, Sarah con ojos rojos de llanto, voz convulsa, les encomendó a ambos chicos el cuidado de su bebé.

》》》》

Una semana mas tarde, sobre la estación subterránea inició un temblor que se prolongaría  unos minutos: Las paredes se resquebrajaban, los pilares de concreto cedían de su posición, el suelo se abría formando una grieta que tragaba parte de las vías del metro, un olor pesado invadía el ambiente, anunciando una fuga en las tuberías de gas; pero, ante este fenómeno, aquéllos únicos sobrevivientes, no parecían reaccionar en absoluto.
Ana arrullaba, con un canto suave, el cadáver del bebé fallecido cinco días después de nacido. Probablemente debido al inhumano ambiente que debió afrontar; mientras tanto, Iván, con los nudillos ensangrentados de ambas manos -resultado de golpear por horas las paredes, llevado a ello por la frustración e impotencia- Permanecía quieto, posando su mano sobre el hombro de su hermana.
Los hermanos habían perdido toda voluntad por prolongar el sufrimiento.

El fuero interno de ambos individuos ahí presentes, solo aguardaban la intervención de Morpheo, aquél capaz de lograr esfumar el dolor y las penas; El mismísimo e inconcebible eterno, encarnación de el sueño. Para de esta manera, tomados ambos de las manos, poder partir hacía el descanso eterno.

Sobre el cielo de la capital un bombardero volaba a tal altura que apenas era reconocible.
De la enorme ave de acero, salió un objeto con forma oblonga que, a caída libre, avanzaba a tierra.
A continuación, como la brea sobre el asfalto, el interior de un sarcófago en medio de la noche, las fauces de una hiena. Todo el cielo de la capital oscureció.
Un temblor.
Una explosión.
En el cielo se dibujaba la figura de un inmenso hongo.

Comentarios

  1. Tienes un don para la escritura. Este relato en concreto me ha hecho llorar. Un saludo.

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    1. Es grato volver a tenerte por estos lares Cristina.

      Agradezco tu tiempo para leerme, y aprecio tu sinceridad para con mi escritura.

      Es reconfortante saber que mis escritos logren conectar de tal forma con un lector.

      Mis mejores deseos a la distancia.

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