Reseña: Carta al padre, de Franz Kafka


 

Al momento de referirse al escritor Franz Kafka. Una anécdota muy conocida es aquélla sobre como el escritor, antes de su deceso, le pidió a quien fuese su mejor amigo. Quemar todos sus manuscritos, para así evitar, que estos llegarán en un futuro a ver la luz del día; el desenlace es conocido por todos. Aquél amigo, sin importarle los años de amistad y confianza. Hizo caso omiso de esa última voluntad.

Leyendo Carta al padre, se comprende el trasfondo de aquélla última petición hecha por el autor. Además podríamos agradecerle en parte a aquél amigo, que, probablemente deseando que el nombre de su amigo se llegará a conocer mundialmente. Optó por preferir publicar los manuscritos de forma póstuma. Acción que a su vez, desencadenó que el nombre Franz Kafka trascendiera en la literatura universal, gracias a obras como El castillo, La metamorfosis y El proceso.

Obras que poseen un elemento en común: El surrealismo y absurdo a los que se ven envueltos personajes como Gregorio Samsa, que tras despertar una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto; o, el soltero y despreocupado Joseph K. Culpado y sometido a un juicio por algo que en ningún momento se le da a entender.

Carta al padre podría considerarse como una excepción en la obra del autor checo. Acá los elementos conocidos en sus demás libros, desaparecen para que en su lugar, hagan presencia los traumas, el rencor, la frustración y desolación arraigada e inherente en la relación con su padre biológico.

Más que una obra literaria, relato breve u obra teatral. Todo el libro es una extensa misiva en dónde Kafka desentraña cada una de las experiencias junto a su padre que en sus propias palabras el autor resume como: métodos de educación y humillación.

El niño Kafka tratando de llamar la atención al pedir un vaso de agua. Es retirado por su padre, de su cama, para ser lanzado a la fría noche en un balcón.

El niño Kafka sintiéndose intimidado por la diferencia entre la corporalidad fuerte, ancha y robusta de su progenitor, frente a la enclenque, delgada y esmirriada propia. Expuesto a las burlas del público cuando este le enseñaba natación, a pesar de su abversión a nadar.

El niño Kafka que durante las comidas junto a su padre. Este le inculca tanto las normas del comportamiento durante la mesa: Comer todo lo servido y jamás hacer comentarios sobre la comida. Pero a su vez, su actitud en la mesa contrasta totalmente con sus palabras, cuando crítica los alimentos, ofende a la cocinera, amonesta al hijo por tardarse comiendo, arroja comida al suelo, se corta las uñas y limpia la cerilla de los oídos.

El niño Kafka que en lugar de recibir apoyo y motivación de su progenitor. Solo obtiene amonestaciones, agravios, burlas, ironías, ofensas y amenazas.

Un padre necio, hipócrita, negligente, irresponsable, totalitario, grosero, inconforme, etcétera. Kafka menciona en varias ocasiones durante el escrito, una especie de poder presente en su padre. Poder capaz de afectarle al punto de hacerlo enmudecer.

>>La imposibilidad de unas relaciones pacíficas tuvo otra consecuencia, en el fondo muy natural: perdí la facultad de hablar. Seguramente tampoco habría sido nunca un gran orador, pero el lenguaje fluido habitual de los hombres lo habría dominado. Tú, sin embargo, me negaste ya pronto la palabra, tu amenaza: «¡No contestes!» y aquélla mano levantada a la vez me han acompañado desde siempre. Delante de ti -cuando se trata de tus cosas, eres un magnífico orador- adquirí una manera de hablar entrecortada y balbuciente, pero hasta eso era demasiado para ti; finalmente acabé por callarme, al principio tal vez por obstinación, después porque delante de ti no podía ni pensar ni hablar. Y como tú has sido mi verdadero educador, eso repercutió en todos los aspectos de mi vida<<.

También, la ausencia de muestras de aprobación, cariño y orgullo por parte de su progenitor. Llevó al joven Kafka a buscar momentos para poder fraternizar con su padre, sin llegar a recibir agravios o humillación alguna.

>>Claro que también se dio el caso de que uno estuviese muy de acuerdo con la más sangrienta ironía, a saber, cuando se refería a otros, por ejemplo a Elli, con la que estuve a malas durante años. Para mí era una orgía de alevosidad y de alegría maligna cuando casi en cada comida decías sobre ella algo así: «¡A diez metros de la mesa tiene que sentarse esta chica, con esas anchuras!», y cuando después, en tu silla, con encono y sin la menor huella de jovialidad o de humor, sino como enemigo encarnizado, tratabas de imitar, exagerando, la enorme repugnancia que te producía el modo que tenía ella, de estar allí sentada<<.

No obstante el carácter incomprensible y volátil de Hermann Kafka. En realidad tenía más matices. Contrastando así, el monstruo insensible y sarcástico. Con el padre de familia que afloraba durante momentos de culpa y remordimiento.

¿Cómo podrías esperar que sintieramos compasión por ti o, siquiera esperar el perdón de la gente? Tú qué eres tan gigantesco en todo los sentidos. Tú, que al final terminas despreciando todo, como siempre nos despreciaste a nosotros tu familia. .

Franz Kafka no deja cabo suelto durante esta epístola cargada de tal resentimiento, congoja, frustración, ira y resignación. Que es inevitable que el lector pause por momentos durante cada párrafo.                  

No recomendaría la lectura de este libro a cualquiera. Especialmente a personas cuya relación con su padre o progenitor haya sido malsana en el sentido de estar ausente en varios aspectos que conlleva la paternidad.

Ser padre no es solo ser un buen proveedor -de lo poco rescatable que llegué a observar de lo descrito por Kafka de su padre Hermann. Muy a pesar que este último no desaprovechara cualquier momento, para recordarles a sus hijos, la buena vida y falta de privaciones que han tenido gracias a sus sacrificios-. La paternidad va más allá del simple panorama económico. Hablamos de una responsabilidad durante prácticamente toda una vida. Ser padre es estar siempre allí para tus hijos: crianza, educación, inculcar valores, enseñar un oficio, guiar por el buen camino, apoyar y lo más importante que sería, jamás dejar de creer en tu hijo o hijos.

Durante la lectura fue inevitable no encontrarme con un patrón reiterativo por parte de aquél hijo, que es quien escribe la misiva: Un poder oculto en el padre que estaba siempre presente en todas sus acciones. Hablamos de algo arraigado a la hora de hacer una proclama, demanda, reclamo, queja, orden, etcétera.

Hermann Kafka es el tipo de padre estoico y enchapado a la antigua que, como durante toda su vida jamás recibió ningún tipo de afecto. En su psiquis se forjó un pensamiento: 

«Yo siempre te he querido, aunque exteriormente no haya sido contigo como suelen ser otros padres, precisamente porque no sé disimular como otros».

Frase que es mencionada en las primeras páginas de la obra y la cual con el transcurso de la lectura. Toma mayor fuerza y validez.

Yo personalmente como alguien que toda su vida ha vivido a la sombra de su padre y hermanos, carente de muestras de reconocimiento u orgullo. Conoce a la perfección ese sentimiento de rechazo e indiferencia.


Religión malograda


El pueblo judío durante toda su historia ha sufrido incontables maltratos. Tal vez esta sea una de las razones por las que los devotos a esta religión sean tan leales a todo lo correspondiente a la misma: bautizos, ceremonias, Sabbath, visitas a la sinagoga, etcétera; Kafka a través de este escrito, cuyo destinatario sería aquél padre que en una parte de la carta se hace referencia a su cuestionable vocación religiosa. Debido a la indiferencia, apatía y nula dedicación al judaísmo.
Este padre con su complejo de víctima y dedicado a solo generar un sentimiento de culpa en su joven hijo. No le bastó con arruinarle la capacidad de comunicación, vapulear su autoestima, mostrar rechazo a sus intereses y humillar a sus amistades. Si no que, sacando una vez más la luz su aversión hacía todos los gustos de su hijo. Criticó también el interés de su hijo por el judaísmo.

>>Una cierta confirmación posterior de esta forma mía de ver tu judaísmo me la ha proporcionado tu comportamiento de los últimos años, cuando tuviste la impresión de que yo me dedicaba más a los temas judíos. Como tú tienes de entrada una aversión a todas mis ocupaciones y en especial a mi manera de tomarme interés por las cosas, también la tuviste en este caso. Pero dejando esto aparte, se podría haber esperado que hicieses aquí una pequeña excepción: era judaísmo de tu judaísmo lo que se estaba poniendo en movimiento, y con él, por tanto, la posibilidad de nuevos puntos de contacto entre nosotros. No niego que esas cosas, de haber mostrado tú interés por ellas,
justamente por eso me hubiesen podido parecer sospechosas. No se me ocurre en absoluto afirmar que yo sea de un modo u otro mejor que tú a este respecto. Pero no hubo ocasión de hacer la prueba. Al intervenir yo, el judaísmo se te hizo odioso, los escritores judíos, ilegibles, te repugnaban».


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